Cultura de la dopamina
Nuestra manera de consumir imágenes, música, información o relaciones se ve cada vez más inmersa en la inmediatez.
Esta aceleración nos permite absorber cada vez más. Pero ¿nos hace aporta más satisfacción o tiene más bien el efecto inverso?
Cuando se habla de dopamina, uno piensa enseguida en las redes sociales, en las cuales muchos parámetros están destinados a maximizar la secreción de esta hormona —la misma que entra en juego en la adicción a las drogas o a los juegos de apuestas, conocida por producir una sensación de bienestar a corto plazo, y seguidamente, una sensación de falta que invita a volver a producir la acción que produjo esta breve recompensa inicial.
Pero la “cultura de la dopamina” de la que habla Ted Gioia penetra en nuestras vidas mucho más allá, incluso en los que no son adictos a las redes.
No se trata necesariamente de ser anticuados o ascético al reinvindicar un modo de vida dirigido hacia un consumo más lento de todas estas cosas, generalmente offline. Al contrario, es pretender un mayor placer:
Puede sonar como una paradoja pero la ciencia muestra que “cuanto más dependamos de estos estímulos, menos placer recibimos”, explica Gioia. Porque a partir de cierto momento aparece la anhedonia. Un término que se refiere a la ausencia total de disfrute derivada de una experiencia que nos debería proporcionar placer.
Cuando desarrollamos una tolerancia a muchos estímulos digitales, necesitamos cada vez más para buscar una satisfacción que se va desvaneciendo.
Entonces ¿por qué no elegir algunas actividades en la columna izquierda y sustituirlas por las de la columna derecha? No con el objetivo de volver al pasado, sino para disfrutar un poco más.
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