Padres ansiosos, niños ansiosos

Mi hijo de 8 años participará en un viaje escolar de 4 días al final del curso.

Tras 45 minutos de reunión previa con padres y profesores, en la que se aporta toda la información posible e imaginable sobre cada detalle de la excursión, siguen fluyendo preguntas de los padres:

¿En qué lugar exacto parará el autocar en el camino?

¿Cómo serán las camas en las habitaciones?

¿En qué momentos del día recibiremos información y fotos?

Varios insisten en este último punto. Exigen regularidad. Que al menos tres veces al día se les mantenga informados sobre lo que están haciendo.

Constato hasta qué punto muchos padres de nuestra generación sienten la necesidad de saber dónde están sus hijos y lo que están haciendo en cada instante.

Los geolocalizan para no perderles la pista.

Recuerdo que, con la misma edad, me fui de viaje escolar durante 2 semanas en las que cada alumno mandó una simple postal a sus padres. No creo que ninguno se preocupara en ningún momento.

Confiaban en los profesores que nos acompañaban. Sabían que si algo verdaderamente relevante ocurriera les avisarían.

Cuando volvimos teníamos muchas anécdotas que contarles. No habían recibido previamente un reportaje exhaustivo que describiera cada detalle del viaje.

Paradójicamente, a pesar de que ningún detalle de la vida de sus proles se les escape, los padres de hoy están más preocupados.

Recuerdo el episodio “Arkangel” de Black Mirror en el que una madre termina implantando un dispositivo en la retina de su hija que le permite seguir en su pantalla todo lo que ella ve y ocultarle lo que no quiere que vea. Este clima de ansia permanente no le beneficia a ninguna.

En el libro recientemente publicado “The Anxious Generation”, el psicólogo Jonathan Haidt muestra cómo esta sobreprotección de los niños en el mundo físico, combinada con una desprotección en el mundo online, es responsable de gran parte del deterioro masivo de la salud mental en los últimos 15 años.

Los niños buscan en sus dispositivos conectados la libertad que han perdido en el mundo offline.

Si de verdad nos importa el bienestar de nuestros hijos, dejemos de controlar cada uno de sus movimientos. Permitámosles jugar sin supervisión en un entorno de bajo riesgo. En cambio, retiremos los smartphones.

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