El próximo gran apagón digital nos impedirá respirar

Ayer 4 de octubre, la galaxia Facebook –WhatsApp, Messenger e Instagram– sufrió un apagón de siete horas. Gran parte de los 3.500 millones de usuarios que estas plataformas tienen en el mundo han vivido este intervalo como una larga apnea intensificada por la angustia de no saber cuándo tendría lugar la vuelta a la normalidad. Sean cuales sean las causas exactas de este incidente, este evento nos recuerda que hasta los sistemas informáticos más robustos de la industria son susceptible de sufrir un apagón. Y por ende, nuestra vulnerabilidad a medida que somos cada vez más dependientes en la tecnología para vivir.

En Anestesiados recuerdo el primer gran apagón tecnológico que se produjo en 1859 a causa de una tormenta solar –conocido como el «evento de Carrington»– que dejó sin funcionar a los sistemas eléctricos y de telecomunicaciones. En un mundo que todavía dependía poco de la tecnología para funcionar, las consecuencias de este incidente fueron limitadas.

Desde entonces, y de forma muy acelerada en los últimos quince años, subimos porciones cada vez más fundamentales de nuestras vidas a una misma matriz tecnológica. A medida que se digitaliza nuestro entorno, nos apoyamos en herramientas digitales para casi todo, y en este proceso desaprendemos a actuar de forma autónoma, a recordar, a orientarnos y hasta para pensar. Una vez hemos desaprendido una función cognitiva básica, nos hemos convertido en seres dependientes. Y llegado ese momento, los fallos tecnológicos nos convierten en seres muy vulnerables.

En el estado actual, la humanidad sobrevivirá a un apagón de Facebook durante unas horas. En Anestesiados me refiero a las tres edades de la tecnología digital –“sólida”, “líquida” y “gaseosa”– para caracterizar una evolución hacia un entorno en el que es cada vez más difícil tomar distancia con la tecnología. Siguiendo este modelo, ahora seguimos en un mundo de tecnología esencialmente líquida, simbolizado por el smartphone, en el que vivimos casi siempre con la tecnología encendida y pegada a nosotros, pero en el que todavía podemos teóricamente tomar distancia. En ese contexto, el ser humano todavía puede sobrevivir sin apoyarse en las plataformas digitales durante siete horas, de la misma manera que sobrevive sin beber durante el mismo periodo.

Sin embargo, nos dirigimos hacia la edad de la tecnología “gaseosa”, representada por dispositivos que se ven cada vez menos y que sin embargo, nos conectan en permanencia y nos harán dependientes de la tecnología en absolutamente todas las facetas e instantes de la existencia: smart objects, altavoces inteligentes, vehículos conectados, tecnología implantable, etc.

¿Cuáles serían las consecuencias de un gran apagón tecnológico en un entorno en el que ser humano es ya totalmente dependiente de la tecnología para vivir? En la edad de la tecnología “gaseosa” en la que nuestro propio cuerpo estaría conectado y dependería de esa conexión para existir, una avería de varias horas podría equivaler a dejar de respirar.

Si quieres profundizar esta reflexión, te invito a leer Anestesiados.

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