¿Podría la prohibición de móviles en espacios públicos convertirse en el nuevo 'No Fumar'?

Entre hace 15 y 20 años, la mayoría de los países europeos han prohibido fumar en los espacio públicos cerrados.

Recuerdo que mucha gente decía, especialmente en los países mediterráneos, que esto no iba a funcionar.

Pero pocos años después ya parecía anacrónico cuando uno veía una película en la que la gente fumaba dentro o cuando uno viajaba a un país donde seguía permitido.

Muchos fumadores han llegado a apreciar esta restricción porque les permitió reducir su consumo de tabaco e incluso ritualizar el hecho de “salir a fumar un piti”.

Sin duda, ha constituido un progreso en todos los sentidos: a nivel de salud, de confort, tanto para los fumadores activos como pasivos.

Ahora, en estos espacios, el paquete de cigarros encima de la mesa ha sido reemplazado por el smartphone.

Y el uso de estos dispositivos y de las redes se asocia cada vez más a distintos trastornos cognitivos y mentales, tal y como lo documento a menudo aquí.

Desde aproximadamente una década, cuando se han impuesto los smartphones, las depresiones y la tasa de suicidio se ha multiplicado, especialmente entre los más jóvenes (pero no solo).

No podemos simplemente hablar de ello, lamentarnos o proclamar que “se debe hacer un uso razonable” cuando sabemos que esto simplemente no funciona con dispositivos y plataformas diseñadas para el propósito contrario.

Pero lo mismo que hicimos con el tabaco se podría hacer con los smartphones. Para actuar y retomar el control nos podemos inspirar de esta restricción espacial que se consiguieron imponer en tan poco tiempo.

Un lugar evidente son los colegios, en los que, según los países y las edades, ya está prohibido. Pero podemos ser más creativos e ir más allá.

Restaurantes, bares, clubes, etc. podrían, al principio por iniciativa propia, restringir el uso de los teléfonos.

Hace poco, una amiga me dijo que había instalado en su casa “una cajita de la felicidad”, en la que, cuando cualquier persona llegaba en el hogar, tenía que depositar su teléfono.

¿Qué os parecería si nos inspiráramos de ello para ayudarnos a des-anestesiarnos?

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