Por qué no estoy en WhatsApp

Algunos amigos me preguntan : “¿No podrías estar en WhatsApp solo para comunicarte conmigo?”. Buena pregunta… y la respuesta es no. Precisamente si no uso WhatsApp es que no existe una zona de grises: WhatsApp es una tecnología del todo o nada y resulta casi imposible regular su uso. No es una simple herramienta de comunicación, sino un modo de vida que absorbe por completo.

La aplicación ocupa inmediatamente un lugar central en la vida de sus usuarios – es decir, en la vida de casi todos. El hecho de consultar y enviar mensajes acapara una porción enorme de las vidas de cada uno; pero WhatsApp sigue ejerciendo su poder fuera de estos momentos: cuando uno no está conectado, permanece a menudo en alerta y no deja del todo de pensar en los mensajes pendientes, sintiendo la necesidad de volver a ellos cuanto antes, tal un fumador y su próximo cigarro. En ambos casos, la hormona que actúa sobre nosotros es la misma – la dopamina.

El poder que WhatsApp tiene sobre nosotros y nuestro escaso margen de maniobra para controlar su uso no son casuales. La aplicación está concebida de tal manera que no se le pueda imponer límites. Es muy difícil rechazar una conexión o que te incluyan en un grupo. Si estoy en WhatsApp, tengo que estar en el grupo de padres del colegio, de mis primos de un lado y de otro, de antiguos alumnos, de los compañeros de trabajo y un largo etcétera. Si como yo tienes 3 hijos –que no solo van al colegio sino que hacen alguna actividad, con sus grupos respectivos–, has estudiado en 6 instituciones distintas a las que recuerdas con cariño y en las que sigues teniendo amigos, te llevas muy bien con tu familia paterna, materna, política, etc., y tienes 3 trabajos distintos, prácticamente podrías dedicar tu día a consumir y producir contenidos en WhatsApp. Y sin darte cuenta, contribuir a esta inflación de mensajes y esta sobrecomunicación, ya que muchas de nuestros comentarios y respuestas invitan (u obligan) a que los demás respondan, perpetuando largos bucles de reciprocidad. 

Personalmente, soy consciente de lo que me pierdo al no estar en WhatsApp pero también del coste que supondría para mí: una parte sustancial de mi día a día tendría que dedicárselo, y otra parte a preocuparme por todos los mensajes sin contestar y sintiendo algo de FOMO (“Fear of Missing Out”). Todo aquello contribuiría a este frenesí y este sentimiento de ir desbordado ya tan presente en nuestra época.

En línea con lo que trato de demostrar en Anestesiados, WhatsApp no es –como muchos piensan– una herramienta neutra que se puede usar para bien o para mal, de forma inteligente o no, etc. sino un modo de vida, que nos dicta sus propias reglas e influye enormemente en nosotros, independientemente de nuestra voluntad.

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