Tecno-optimismo vs. tecno-crítica: Conversación con Enrique Dans

En mis tiempos como emprendedor hardcore, recuerdo que, cuando lanzabas un nuevo producto y querías darlo a conocer, marcabas muchos puntos si conseguías llamar la atención de Enrique Dans. Enrique lleva más de 30 años en el IE, siendo un gran prescriptor de tecnologías y una figura respetada del sector. Por esto me interesó mucho cuando me invitaron hace unas semanas desde IE Insights a debatir con él sobre la innovación tecnológica y su impacto en la humanidad y la educación. A continuación podéis ver el resultado –fruto de la edición de una conversación mucho más larga– y después, mis comentarios.

Después de este debate, Enrique ha publicado este post, que utilizo como base para ahondar en algunas de nuestras discrepancias:

>> Enrique Dans: “yo soy y he sido siempre un tecno-optimista”

Personalmente no me considero de antemano –por definición e indiscriminadamente– ni soy tecnófobo ni tecnófilo. La tecnología no es ni una religión para mí, ni una bestia negra. Me considero tecnocrítico y esto me lleva a observar una tecnología concreta, un entorno tecnológico, una tendencia, o el paradigma tecnológico que reina en un determinado periodo o entorno, e intento analizar el impacto real que está teniendo en el individuo o en la sociedad. Trato de no partir de una postura a priori, sino de sacar conclusiones a partir de hechos.

>> Enrique Dans: “Ante los efectos negativos, en muchos de los cuales coincidimos, mi papel es el de «quiero probarlos, conocerlos, y criticarlos desde dentro», no el de «me preocupa tanto que quiero quedarme fuera».” 

Yo tampoco quiero hablar desde un punto de vista totalmente teórico. Por esta razón, en mi caso, decidí acercarme a la tecnología a través de el emprendimiento, en vez de perseguir una carrera académica (que estuve a punto de empezar). Sin embargo, discrepo con la idea según la cual uno tendría que utilizar indiscriminadamente todas las tecnologías disponibles para hablar legítimamente sobre ellas –de la misma manera que un crítico gastronómico no tiene necesariamente que probar a diario todo tipo de comida, incluida la basura, para hablar de ella.

Una vez más, mi filosofía al respecto es más “a medida”: no me impongo quedarme “dentro” o “fuera” sino que decido qué tecnologías quiero para mí, y cuáles no. Es cierto que, a título personal, no tengo smartphone (aunque en Anestesiados, en ningún momento hago una llamada general a que la gente deje de usarlos), que no uso WhatsApp y otras aplicaciones que casi todo, el mundo tiene; pero no actúo de esta manera con el objetivo de mantenerme al margen de la tecnología, sino como resultado de un cálculo coste-beneficio muy personal, en base al cual establezco que estoy mejor sin utilizar determinadas tecnologías – las cuales, desafortunadamente se caracterizan por un “todo o nada” (es imposible utilizar WhatsApp solo un poquito: está diseñado para que uno esté inundado de mensajes).

>> Enrique Dans: “Es la aproximación que he tenido, por ejemplo, con la educación: por peligrosos que puedan parecer los efectos de la tecnología, lo más peligroso es que nuestros hijos se queden al margen de ella.”

Aquí me voy a meter un poco contigo, Enrique. En nuestro debate mencionaste que a tu hija le dejabas juguetear con un móvil desde la edad en la que ya había incorporado que no se lo debía meter en la boca. Pero me llevas unos años y si no me equivoco, cuando tu hija era pequeña, no existían los smartphones. Personalmente no creo que haya que mantener a sus hijos al margen de la tecnología o dejar que esta les absorba, sino que, de nuevo, depende del tipo de tecnología del que estemos hablando. El entorno tecnológico en el que creció tu hija y el impacto que podía tener en los niños no tiene nada que ver con el actual. Y los efectos del uso indiscriminado de estas tecnologías desde una temprana edad son abrumadores.  

En Francia, entre 2010 y 2018, los trastornos cognitivos e intelectuales de los niños se han incrementado un 24%; los síquicos, un 54%; los del habla y del lenguaje, un 94%. El consenso científico es que existe un vínculo claro entre el uso de los smartphones. La psicóloga americana Jean M. Twenge también muestra cómo se ha producido el mayor cambio observado comportamental entre los adolescentes jamás observado en los 3-4 años en los que el smartphone se ha generalizado:

  • sentimiento de soledad: +50%

  • depresiones: +21% entre los chicos y +50% entre las chicas

  • tentativas de suicidios: multiplicadas por 2 entre los chicos y por 3 entre las chicas entre 2007 y 2015.  

No es casualidad si, en los últimos años, mucha gente que tenía una fe indiscriminada en la tecnología ha empezado a cuestionar la naturaleza necesariamente positiva que le atribuían. La tecnología” no quiere decir lo mismo en el año 1995, 2010 o 2022. Tampoco es lo mismo una aplicación que otra. Etc.

>> ED: “el consabido ejemplo de los «magnates de Silicon Valley llevando a sus hijos a escuelas sin tecnología», que Diego utiliza en su libro, tiene mucho de no-noticia: en realidad, muchos directivos de empresas tecnológicas llevan a sus hijos a las Waldorf Schools o Montessori porque son colegios bien clasificados en los rankings y con tradición, pero no específicamente porque tenga una política de exclusión de la tecnología – política que, de hecho, NO TIENEN”.

Aquí solo una precisión: nunca he escrito que las escuelas Waldorf tenían una política de exclusión de la tecnología, sino que las aulas son libres de tecnología hasta los 12 años (al menos en la Waldorf School of the Peninsula, en Silicon Valley). Aunque sea tentador pensar que el ser humano es capaz, desde la más temprana edad, de dominar estas tecnologías y utilizarlas de forma óptima, para su propio beneficio, es fundamental entender que tenemos una relación totalmente asimétrica con ellas. Y el cerebro de un niño no está armado, desde un punto de vista neurológico, para afrontar con armas iguales estos dispositivos y sacar necesariamente lo mejor de ellos.

*

 En mi opinión existe una paradoja que caracteriza la forma de pensar de muchos tecno-optimistas (como también la de mi amigo Ángel Bonet en su libro El tsunami tecnológico): por un lado suelen proclamar que estamos ante una disrupción tecnológica que hace que los cambios actuales no sean comparables a lo que hemos conocido antes; y por otro, se basan en argumentos históricos para explicar cómo la tecnología ha tenido un efecto globalmente positivo sobre la humanidad, dejando entender que esto tiene que seguir siendo así, necesariamente.

Personalmente, prefiero no considerar la tecnología como un todo monolítico y tener un enfoque más empírico. Y con todos los matices que trato de aportar en Anestesiados, creo que actualmente tenemos razones muy fundadas de preocuparnos sobre el paradigma que actualmente predomina en la industria tecnológica y el lugar al que está conduciendo la humanidad.

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